viernes, 6 de febrero de 2009

El costo de ser discretos: La traición o la confianza

Una tarde ellos se fueron. Y me negué a verlos partir, porque no quise aceptar lo solo que estaba en aquel momento. Con el paso del tiempo, me parece más claro que nadie perdona una traición. Sobre todo cuando ellos me confiaron uno de sus máximos secretos y a mí se me ocurrió soltarlo con la persona menos indicada. Evidentemente, aprendí una dura lección: Antes de desahogarse hay que preguntarse con quién hacerlo. La respuesta está dicha: ¡No conmigo!
Llega el día en que algunos de nosotros tenemos que dejar de inventar pretextos y aceptar que no sabemos guardar secretos. Porque sí, existen muchas formas para decir perdón, pero no hay otros como ellos, nuestros amigos, hermanos, parejas, que al final, gracias a nuestros o a sus desahogos, terminan siendo "desconocidos" que preferimos evitar si nos topamos con ellos.
En entrevista para El País, el psiquiatra Luis Rojas Marcos afirmó que el desahogarse es bueno, una necesidad; sin embargo, debemos saber con quién hacerlo y, al mismo tiempo, aceptar si nosotros somos buenos para saber escuchar o correremos a confiar las penas del otro al primero que se nos cruce.
Para resolver estas cuestiones, el experto recomienda primero medir el nivel de implicación. Con esto se refiere a analizar si la persona con quien nos confiaremos tiene relación directa con nuestros problemas o está sumamente alejada. No es justo, por ejemplo, en una pelea con nuestra pareja, desahogarnos con sus padres o hermanos. Lo mejor es cruzar historias.
¿A qué me refiero? Bueno, pues volviendo al ejemplo anterior, en vez de desahogarnos con la familia, debemos hacerlo con una persona alejada totalmente del asunto, como un compañero de la universidad, tal vez. Así no tenemos que preocuparnos porque nuestros dilemas sean conocidos por el resto de los involucrados.
La otra cara de la moneda
Todos alguna vez estuvimos del otro lado, fuimos los oídos de otros, y nos toca aceptar si somos buenos para guardar las penas ajenas. El trabajo suena sencillo: sólo escuchar y no entender nada, porque hasta el dar consejos se vuelve una bomba que tarde o temprano explotará contra nosotros. Pero en verdad es difícil cumplir con tal tarea, porque saber los problemas de los que nos importan es necesario, pero nos podemos ver tentados a utilizar esa información en nuestro beneficio o, sin ninguna mala intención, la dejamos escapar. Y así podemos ponerle punto final a una relación de años.
Así que lo mejor es, para quien se desahoga y para quien sólo escucha, no contarle nada a nadie, por lo menos hasta que la calma esté de nuestro lado. Es preferible que en medio de la soledad de cualquier habitación nos preparemos un café y veamos todo como una película: el dolor será más fuerte, sí, pero si lo que nos molesta lo dibujamos en el aire escena por escena, será más sencillo darnos cuenta de nuestro error y podremos encontrar una solución.
Sobre los escombros de una traición
Dicen que cuando el recuerdo ya no duele, el perdón llegó. Pero a mí me sigue doliendo, porque no soy yo él que tiene que exigir perdón, sino ellos, y tal vez nunca suceda; por mi parte, aprendí a escuchar el desahogo de algunos, negarme al de otros y, lo mejor de todo, saber con quién debo confesarme.
Aún hoy extraño nuestra amistad, nuestras historias, nuestros secretos, los que alguna vez traicioné. Pero ante los demás sigo aparentando ser la víctima de mis viejos amigos, porque no tengo el valor para desahogarme con alguien más. Por ahora, sólo me queda intentar encontrarlos en otras personas, pero la imposibilidad está clara.

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